domingo, octubre 23, 2005

Como alma que lleva el Diablo...


Maugham, retratado en 1934 por Carl Van Vechten (fuente: Wikipedia.org)
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Desde hace varios años, mantengo una innata tendencia a esquivar autores y libros considerados “clásicos”. La asumo como un rasgo juvenil, de “desmarcaje” personal, de toma de posición respecto a mi propia época.
Claro que esta tendencia se ha atemperado (mucho) con el paso del tiempo. Afortunadamente. Con el paso por la Universidad… y con la insistencia de mi papá, que no puede creer que haya estudiado Letras y no haya leído el Cid.
Pero cuando Paola me invitó a leer a W. Somerset Maugham y, despejando mi ignorancia al respecto, me lo presentó como un gran autor (creo que no mencionó la palabra “clásico”) que había vendido su alma al Diablo a cambio de convertirse en uno de los mejores escritores del siglo XX, esa vieja desconfianza adolescente volvió. Eso de vender el alma al Diablo me suena tan anticuado (tan cursi, diría). Y, sobre todo, me parece una estrategia comercial tan facilota, que recibí con escepticismo el ejemplar de El temblar de una hoja que ella me obsequió.
Les diré, grosso modo, que la colección de cuentos me sorprendió muy agradablemente. Inicia con un hermoso epígrafe de Saint-Beuve que advierte sobre la extrema delicadeza (d’une feuille tremblante) que separa la felicidad de la desdicha. Luego, las primeras letras de Somerset son de una belleza contundente:
“El Pacífico es inconstante como el alma humana. A veces es gris como el Canal Inglés en Beachy Head, con un gran oleaje, y a veces es bravo, cubierto por crestas blancas, y bullicioso. No muy a menudo es calmo y azul. Cuando lo es, en verdad el azul es arrogante”.
Somerset nos ubica así en el escenario de los seis relatos que siguen: los Mares del Sur donde, como en América pero dos siglos y medio después, Europa se topó de frente con otra civilización. Y la dominó, con las ya conocidas consecuencias de las colonias europeas y americanas en esos lares del Pacífico.
La prosa de Maugham es impecable. Es clara, sin recovecos, pero en absoluto complaciente. Muestra gran maestría al desarrollar sus personajes y dibujarlos nítidamente con trazos breves y firmes. Su línea anecdótica va casi siempre (al menos en este volumen) hacia la exploración del carácter de sus personajes, que otros llaman “la condición humana”, aunque yo no entiendo muy bien lo que quieren decir quienes hablan de ese concepto etéreo como si la condición humana fuera en efecto asible.
Dos defectos de Somerset Maugham, aunque quizá no entren en lo literario: el tipo es claramente misógino y racista. En “Honolulu”, se refiere a un personaje femenino como “una chica que tenía una sabiduría inusual para su sexo”. En sus relatos las mujeres son personajes débiles, sumisos, poco inteligentes y a menudo golpeados por los hombres.
Sobre el racismo, en otro texto, “La piscina”, se refiere a los niños “nativos” como “de apariencia insalubre, amarillentos y pálidos, odiosamente precoces”. Los nativos son siempre seres inferiores, semisalvajes, que se hacen “más morenos” con el tiempo, o envejecen “más rápidamente” que los blancos.
Y un último apunte, también metaliterario. En algunos de sus relatos (“La caída de Edward Barnard”, por ejemplo) subyace una especie de “anti moraleja”, por llamarla de algún modo. El narrador se explaya casi hasta el didactismo sobre las bondades de la vida “natural” en las islas del Pacífico (siempre que no se viva, claro, como los nativos). Uno de sus personajes exalta la tranquilidad, el ocio, la amabilidad de la gente, sus “felices y sonrientes rostros”. El mismo personaje sentencia, en la misma perorata: “No sabía que tenía un alma hasta que llegué aquí. Si hubiera seguido siendo rico podría haberlo perdido todo para siempre”.
Para entender (o no) estas notas disonantes en los textos de Maugham (misoginia, racismo y un romántico llamado a la vida natural, supuestamente no occidental) habría que tener en cuenta que nuestro autor era bisexual (u homosexual casado y con hijos, que no es lo mismo) y que, además de vender su alma al Diablo, también fue de los primeros escritores que, desde los años ’20, empezó a vender a precio de oro los derechos de autor de sus obras para que éstas fueran producidas en Hollywood. Así pudo comprarse, en 1926, una villa en Niza, donde vivió hasta su muerte, en 1965.
Pero sé que la honestidad y la congruencia de un autor con su obra no son valores literarios. Así que, vale, mi recomendación se mantiene. El libro vale mucho la pena, en verdad.
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El temblar de una hoja (The Trembling of a Leaf, 1921), de W. Somerset Maugham, está recién editado en México por Sexto Piso Editorial. La traducción es de Eduardo Rabasa y la calificación ergozoom, de 80.
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