lunes, mayo 11, 2009

Mi pie izquierdo

Hace cuatro semanas. Casi madrugada de domingo a lunes. Estoy chateando y escuchando música. Bajo a revisar si mi ropa ya está seca. Para quienes no conocen mi casa, el camino implica descender una escalera en caracol sin barandal. Me dio flojera encender la luz (¿cómo es que dan flojera esas cosas?). Ocurre en el último escalón (que termina, hay que decirlo, frente a un inmenso cancel con el que afortunadamente no me topé). En el último escalón, decía, ocurre que se me dobla el pie izquierdo, cual plastilina. Acabo en el piso y ahogo un grito tremendo intentando no despertar a nadie (aunque el costalazo debió ser audible). ¿Resultado? Torcedura grave (así la califico) que me tuvo inmóvil casi todo el lunes y muy adolorido el resto de la semana. Todavía hace unos días, si apoyaba mal el pie, sentía una punzada de dolor.
El sábado. Salgo de la sala de TV de ver una película. Es temprano. Hay luz. Salgo de la habitación, digo, camino vigorosamente hacia la cocina. De pronto, sin que sea mi intención, pateo algo con el pie izquierdo. Era un enorme tronco hueco que mi madre ha considerado decoración perfecta. Esta vez no ahogo el grito... el grito me ahoga a mí, que acabo apenas balbuciendo un aaaarggggghhhh. ¿Resultado? Dedo medio del pie izquierdo azulcasimorado, inmovilizado. No aguanta ni el roce de las sábanas. El domingo (ayer) mis padres se espantan ante el color del dedo, que ha tornado en negro. Mi papá me da un par de pastillas. Me atiborro el dedo de Lonol.
Hoy amanecí con leve mejoría en cuanto al dolor, pero la coloración sigue siendo macabra. Jugué fútbol. Anoté tres goles. Uno de ellos con la zurda.

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