jueves, septiembre 15, 2011

El grito, irreconocible


El otro día oí a una madre explicarle a su hijo de siete años los rasgos fundamentales de la historia de México basándose en una de esas series de estampas con retratos de hombres célebres. Le decía: 
- Morelos es el del pañuelo amarrado en la cabeza, Zaragoza, el de los anteojitos, Colón es éste, que se parece a tu tía Carmela, Iturbide, el de las patillas y el cuello hasta las orejas. El cura Hidalgo es este viejito calvo.
Francamente mi primera clase de historia fue mucho más interesante. Mi madre me llevó a la Alhóndiga de Granaditas y me dijo:
- De esos ganchos que ves allí, colgaron las cabezas de los insurgentes.
Me impresionó tanto la noticia que me quedé convencido de haber visto no sólo los ganchos, sino también las cabezas, al grado de que, años después que regresé a Guanajuato, me quedé asombrado de no encontrarlas. 
Mi abuela también me daba clases de historia a su manera. Claro que su fuerte era la Revolución. 
- Ojo Parado, el hermano de Madero, se hincaba y les pedía: "¡No me maten, no me maten!"De nada le sirvió al pobre. De todas maneras lo mataron.
En materia de la Independencia los informes que me daba eran de otra índole. Sabía los nombres de la familia de seis o siete generaciones. Me decía:
- Tú te llamas Jorge Ibargüengoitia Antillón, Cuming, Castañeda- aquí seguía una lista de nombres que he olvidado excepto los tres últimos, que eran: Aldama, Crespo y Picacho.
Aldama, el héroe de la Independencia cuya cabeza estuvo colgada en uno de los ganchos de la Alhóndiga, era mi abuelo en cuarto grado; es decir, yo soy su chozno.

Durante muchos años viví orgulloso, sintiendo que por mis venas corría sangre de héroes. Hasta después me enteré de que Aldama no fue el único de la familia que intervino en la toma de Granaditas. En el interior de la Alhóndiga estaba el penúltimo gachupín de la familia, don Pedro Ibargüengoitia, quien murió en esa ocasión, allí mismo y por la razón antes expuesta.
Cuenta la leyenda que, en el pánico que había entre los españoles de Guanajuato al saber que se acercaban los insurgentes, don Pedro decidió irse a la Alhóndiga y encargó a su mujer, que era mexicana, a un amigo suyo, el señor Ajuria. Tomada la plaza, incendiada la Alhóndiga y muerto don Pedro, los otros dos se casaron y formaron una familia que resultó tan ilustre como la mía.

Pero ahora regresemos a la señora que está explicándole a su hijo que Morelos es el que tiene el pañuelo amarrado en la cabeza, etcétera. Lo que quiero decir al poner como ejemplo el de esta señora, es que con el culto a los héroes, lo único que se ha logrado es volverlos aburridísimos. Tanto se les ha depurado y se han suprimido con tanto cuidado sus torpezas, sus titubeos y sus debilidades, que lo único que les queda es el pañuelo que llevan amarrado en la cabeza, la calva, o alguna frase célebre, como la de "vamos a matar gachupines" o "si tuviéramos parque, no estarían ustedes aquí", etcétera.
En este sentido, Hidalgo es de los que salen más perjudicados. Hasta físicamente. Es de los pocos casos conocidos de personas que han seguid envejeciendo después de muertas. Fue fusilado a los cincuenta y ocho años, pero no ha faltado quien, arrastrado por la elocuencia, diga: "Quisiera besar los cabellos plateados de este anciano venerable".
Cada año se conmemora su célebre grito, repitiéndolo corregido, censurado y aumentado hasta volverlo irreconocible. De tal manera que cuesta trabajo imaginar en sus labios frases que no sean: "¡Viva México! ¡Viva Fernando Séptimo! ¡Vamos a matar gachupines!", o, peor todavía: "¡Viva México! ¡Viva la Independencia! ¡Vivan nuestros héroes!"
Los libros de texto nos pintan un cuadro soporífico. Un anciano sembrando moras, cultivando gusanos de seda, probando uvas -agrias, probablemente-, defendiendo a los indios de los abusos de los hacendados con frases tales como:
- ¡En nombre de Dios, deteneos! ¡Tened piedad de estos pobres indios!

Todos los rasgos interesantes del personaje se pierden. Por ejemolo, su viaje a Guanajuato para pedirle al Intendente Riaño eñ tomo que corresponde a la C, de la Enciclopedia. Podemos imaginarlos abriendo este libraco en la anotación que dice: "Cañones, su fabricación".
También podemos imaginarlo, durante el sitio de Granaditas, llamando a un minero:
- A ver, muchacho, ¿cómo te llamas?
- Me dicen el Pípila, señor.
- Pues bien, Pípila, mira, toma esta piedra, póntela en la cabeza, coge esta tea, vete a esa puerta y préndele fuego. 
Es un personaje más interesante, ¿verdad? Sobre todo si tenemos en cuenta que el otro le obedeció.

[de Instrucciones para vivir en México, de Jorge Ibargüengoitia]