sábado, marzo 16, 2013

¿Artistas éticos?


Fue en mi primer semestre de Filosofía (carrera que dejé trunca) cuando escuché hablar por primera vez de la condición trágica de los humanistas. No recuerdo muy bien el contexto, pero sí el mensaje que subyacía en la conversación: los filósofos somos (bueno, son) seres incomprendidos que realizan su labor a pesar de y contra el estigma social que les es intrínseco.
Un par de años después, cuando estudiaba Literatura, un compañero informó al grupo su decisión de abandonar la carrera. Otro lo justificó diciendo: “Es que él sí es hombre de acción”... ¿O sea que los otros, los que nos quedábamos no éramos hombres de acción?
Recientemente vi Réquiem por un imperio (Taking Sides, 2001) película que desgrana una parte de la vida del excéntrico y genial director de orquesta Wilhelm Furtwängler, específicamente el periodo posterior a la guerra, en el que fue acusado de apoyar al régimen nazi. (Furtwängler fue director de la Berliner Philarmoniker entre 1922 y 1945 y luego entre 1952 y 1954.) 
En la cinta se suceden tres largas entrevistas con un Mayor Arnold, estadounidense de ignorancia galopante pero también muy inteligente cuya explícita misión es hacer caer a Furtwängler en contradicciones suficientes como para probar su apoyo al nacionalsocialismo.
Contra lo que podría pensarse, no se trata de una película a favor de la música y, en general, de la actividad artística. Sorprendentemente es un trabajo en el que Furtwängler no sólo es asediado por el militar astuto sino que resulta literalmente vapuleado por ese personaje que inquiere una y otra vez por qué no abandonó Alemania cuando tuvo oportunidad, por qué condujo la Filarmónica de Berlín en un cumpleaños de Hitler, por qué aceptó las prebendas del régimen, etc. Furtwängler suda, llora y balbucea algunas respuestas muy honestas pero completamente desdibujadas entre sollozos y estertores…
Su más noble argumento es decir: “Como músico soy más que un ciudadano. Sé que la interpretación de una pieza maestra es una negación más fuerte y vital del espíritu de Buchenwald y Auschwitz que las palabras”. Suficiente para levantarse y aplaudir (suena el adagio de la séptima de Bruckner, además)… pero el Mayor le responde con una retahíla demoledora: “¿Ha olido la carne quemándose? Yo puedo olerla a seis kilómetros de distancia… ¡seis kilómetros! ¿Me habla de arte y cultura? ¿Pone cultura, arte y música contra los millones que sus amigos mataron? ¡Tenían orquestas en los campos de concentración! ¡Tocaban a Beethoven y a Wagner! ¡Lo acuso por su cobardía!… ¡Mire a la gente con verdadero valor, que tomó riesgos y ofreció su vida!”.
Furtwängler sale derrotado de la escena (la última de la película), diciendo que no quiere quedarse en el país, que quiere irse. Y se va, en efecto, con la cabeza gacha y el paso lerdo.
Le pregunté al amigo que me recomendó la película porqué le había gustado la película si el finar resultaba tan humillante para Furtwängler. Me dijo que le parecía que Furtwängler había ganado el combate contra el Mayor. Que había sido superior al militar porque no había necesitado ponerse a su nivel. Recordé el argumento de la condición trágica de los humanistas, que tan cercano me parece al de la otra mejilla: me maltrata, sí, pero yo sé que soy mejor que él… (¿y por eso no me defiendo?)
La superioridad moral de los artistas es discutible. Pero suponiéndola sin concederla, ¿no sería deseable que aparte de saberse moralmente superiores a veces defendieran esos valores que predican? Defenderlos, digo, más allá de las galerías impolutas donde trabajan. Más allá de salas de conciertos subvencionadas por el gobierno o cafetines en colonias de moda.
Hace unos días se dio a conocer un informe en el que la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por Furtwängler entre 1927 y 1930, reconoce una asociación voluntaria con el gobierno alemán nacionalsocialista de la tercera década del siglo XX. La cuestión se mantiene vigente: ¿Hasta qué punto es pertinente exigir a los artistas un compromiso ético además del estético? ¿Es justo pedir a los intelectuales que como parte de su trabajo contemplen el impacto social del mismo?
Personalmente me gustaría que los artistas fueran más parecidos a las agallas de Tyler Durden en Fight Club y menos a la pusalinimdad del Furtwängler en Requiem por un imperio. Probablemente el arte perdería caché, pero ganaría respeto.

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