jueves, octubre 10, 2013

Mi Munro

Me enteré de la existencia de Alice Munro apenas esta mañana. De inmediato empecé a pedir a amigos y conocidos recomendaciones para acercarme a la Premio Nobel 2013. No hubo mucho éxito: parece que en México no es una autora muy popular. Pero a mediodía una amiga posteó en mi muro de Facebook el texto de un conocido suyo que habla desde una perspectiva entrañable de la autora canadiense. 

Agradezco a Angie Jasso haberme compartido el texto y a Sergio Huidobro su generosidad por permitirme compartirlo con ustedes en ergozoom. 

(Foto: vulture.com)

Mi Munro 

- Sergio Huidobro

A veces, hace años, lograba despertar a tiempo para percibir el olor: llegaba unos minutos antes de la primera vista del sol y antes de que la madera del techo crujiera, cuando el día ya estaba claro pero la niebla no se había despejado ni las gotas de frío habían dejado de formarse en la orilla de los vidrios. Un gallo. Un trote de caballo. La vibración del refrigerador en la cocina. Y eso era todo. Después, llegaba el olor.

Alguna vez, en otra ciudad, alguien me dijo que Alice Munro era una escritora que solo podía leerse a gusto o venderse bien en el primer mundo porque los problemas de sus personajes eran problemas del primer mundo: sin importar el argumento, el drama se centraba en un viaje a Escocia, preparar té, un trayecto en tren o vender una casa de campo.

Lo decía porque yo, latinoamericano en tránsito por un país con monarcas, llevaba como compañía de viaje un volumen de cuentos de Alice Munro, Friend of my Youth o Amistad de Juventud. Las cejas se alzaban en automático si decía que la llevaba y la leía en las noches como recuerdo de mi hogar. Apunto aquí que mis recuerdos estaban enteramente afincados en la colonia Cuautepec, en la casa de mis abuelos, en una zona popular fronteriza de la punta norte del Distrito Federal, que no es precisamente una nación de la Commonwealth ni se parece mucho a Canadá.

Pero lo que me contaba Munro no eran problemas del primer mundo porque ni siquiera eran, estrictamente, problemas: eran vidas, rostros, recuerdos ajenos y destellos de un mundo que sí se parecía al mío: en el mío, las personas también guardaban secretos, también olían a tela húmeda o caldo de pollo, también perdían o ganaban, se embarazaban a edad avanzada, estornudaban o tomaban café con leche con el noticiero de la tarde.

Tal vez los cuentos de Alice Munro a los que les guardo más cariño están en aquel ejemplar de Amistad de Juventud, comprado por inercia en la sede del Instituto Cervantes de una ciudad cuyo idioma desconocía casi por completo, pero también en Demasiada felicidad o en algún New Yorker perdido por ahí. Viviendo, como he vivido siempre, en una ciudad latinoamericana descomunal y abigarrada, hice costumbre el refugiarme en su mundo de esferas silenciosas, terrosas, añejas, tibias y llenas de viento.

Hoy por la mañana, después de varios años, me desperté otra vez a tiempo para percibir el olor: llegó unos minutos antes que el sol, antes de que las maderas crujieran. Aquí no hay gallos, ni caballos, no hay niebla ni se forman gotas de frío en las ventanas. Pero esta mañana se parecía a los veranos que pasé  en provincia, cuando niño, en una casa de campo al pie de la Sierra Norte de Puebla. Se parecía a esos lugares donde las personas guardan secretos, huelen a tela húmeda o a caldo de pollo, donde pierden o ganan, se embarazan a cualquier edad, estornudan o toman café con leche con el noticiero de la tarde. Y era cierto: Alice Munro acababa de ganar el Nobel.

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Sergio Huidobro (Ciudad de México, 1988) cursó estudios en Ciencias de la Comunicación y Escritura Creativa. Colabora con narrativa, ensayo, crónica de viaje y crítica cinematográfica en publicaciones impresas y electrónicas de México, Ecuador y Estados Unidos como Punto de partidaLa Tempestad Universitaria, Revista Mil Mesetas,El FanzinePeriódico de PoesíaContratiempo Ágora, del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México. Ha brindado charlas y co-impartido talleres de escritura y lenguaje audiovisual en recintos como la Fonoteca Nacional; en 2011 recibió el primer lugar en el Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes-Fósforo en el marco del FICUNAM.

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