martes, enero 27, 2015

Consejos para la motivación adolescente

Algunos consejos a padres y profesores sobre motivación en el ámbito de la educación adolescente:

1. Sobre los deberes para casa, los docentes deben hacerse las siguientes preguntas: ¿Estoy ofreciéndoles alguna autonomía sobre cómo y cuándo hacer ese trabajo? ¿Promueve este trabajo el dominio, ofreciendo algo nuevo, que estimule su interés, en oposición a la reformulación de memoria de algo ya aprendido en clase? 
¿Entienden mis alumnos la finalidad de este trabajo, es decir, se dan cuenta de que hacer esta actividad en casa contribuirá al objetivo final en que se ha centrado la clase?

2. Intente dedicar un día a realizar un proyecto elegido por cada uno (el veinte por ciento de tiempo de Google). [1]

3. Considere que las notas que sirven para dirigir el proceso son más importantes que las notas de evaluación. Conviene que los alumnos hagan una lista de sus objetivos y ellos mismos evalúen si los van consiguiendo.

4. Déle a sus hijos una paga y algunas responsabilidades, pero no mezcle ambas cosas.

5. Elógiele de forma adecuada. Dweck [2] recomienda:
  • Elogia el esfuerzo, la estrategia, no la inteligencia.
  • Haz elogios concretos por algo que haya hecho.
  • Hazlos en privado.
  • Elogia sólo cuando hay un motivo.

6. Ayude a los niños a que tengan una visión global. A menudo no saben por qué hacen las cosas. Sea lo que sea lo que estén haciendo, deben saber responder a las preguntas: ¿para qué estoy haciendo esto? ¿Qué importancia tiene para el mundo en que vivimos?

Del libro El talento de los adolescentes, de José Antonio Marina (2014).

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[1] Se refiere a la idea según la cual los empleados de la empresa deben dedicar uno de cada cinco días de trabajo, el veinte por ciento de su tiempo, a proyectos propios, no ligados a su labor en la empresa. 
[2] Marina se refiere a Carol Dweck, psicóloga a quien entrevistó para su libro.  

viernes, enero 23, 2015

Manifesto 15

Comparto la liga al Manifesto 15, una iniciativa de varios profesores de distintas partes del mundo que enuncia con prístina claridad los retos y oportunidades de la educación presente y futura. 

Si se dedican a la educación, en cualquiera de sus vertientes, es un material de reflexión obligada. Si no, es útil para enterarse de cuáles son los asuntos a los que los profesores del mundo estamos dedicando más tiempo y esfuerzo (ojalá también talento y creatividad). ;-)

domingo, enero 18, 2015

¡Que vienen los bárbaros!

Para Claudia Magos, con amor, mutatis mutandis. 



Hay algo admirable y conmovedor en la actitud que Alessandro Baricco adopta en este libro. Baricco, periodista y literato italiano, pertenece a la generación que, en su mayor parte, define su relación con los adolescentes y jóvenes de ahora como una batalla. Para que lean, para que escuchen buena música, para que respeten y aprendan del pasado, etcétera. Una generación cabreada con sus hijos y nietos, empeñada en convencerse de que antes la educación era mejor, la moral verdadera y el futuro, claro y prometedor. Baricco es de esa generación, pues. Pero no se instala en el cliché facilón de cargar contra los chicos del iPhone y la tablet o de acusarlos de estultos porque usan Wikipedia. No, Baricco intenta algo más digno de un tipo con tres dedos de frente, y bastante más difícil: comprenderlos. Y explicarlos. A ellos, a los bárbaros. Ejemplo:

La relación con el pasado no es un principio estético, no es una forma de elegancia: es la respuesta  a un hambre. El pasado no existe: es  un material del presente. Probablemente será verdad, piensa el bárbaro, eso de que el asado al barolo es mejor que esta horrorosa hamburguesa: pero yo tengo hambre aquí y ahora, y si tengo que ir hasta las Langas para comer esa gloria, voy a llegar muerto allí. Sobre todo desde que el camino para las Langas se ha convertido en un viaje larguísimo, selectivo, sofisticado, elitista y un auténtico coñazo. De manera que aquí me quedo. Y me como mi hamburguesa, escuchando en mi iPod Las estaciones de Vivaldi, en versión rock, leyendo al mismo tiempo un manga japonés, y sobre todo invirtiendo diez minutos, diez, así salgo de nuevo a la calle, y ya no tengo hambre, y el mundo está ahí, para ser atravesado. Es una postura discutible. Pero es una postura: no es ninguna locura. (p. 172)


El libro concluye con un epílogo de vuelos líricos titulado "La Gran Muralla", que el autor anuncia desde el principio de su obra y que, claro, fue redactado durante su viaje a la China emergente como economía dominante del planeta. 

No puedo dejar de recomendar un libro con el que mi marcatextos tuvo una relación impúdica, y que tantos signos de admiración y "wow" tiene en sus márgenes. Tremendo ensayo: provocador y potente, deja mucho qué pensar. Y, sobre todo, mucho qué hacer.

domingo, enero 11, 2015

Tres propósitos para el nuevo semestre


Durante las vacaciones invernales leí este texto de Alexis Wiggins en el Washington Post. La autora llevó a la práctica una idea que los profesores tenemos a menudo (o al menos yo): vivir un día de clases tal como lo viven nuestros alumnos. Al menos en mi caso, es recurrente el argumento: "Su clase no es la única que tenemos" cuando les asigno una tarea más o menos retadora. La mayoría de las veces lo asumo como un pretexto sin sentido y pienso: "Ustedes tampoco son el único grupo al que doy clases". Craso error. Lo cierto es que los profesores tendemos a encerrarnos en lo que consideramos una perspectiva correcta de nuestro trabajo (somos muy proclives a la autocomplacencia: defecto que, claro, también les endilgamos a nuestros pupilos) y muy rápida y preocupantemente dejamos de ser empáticos con las personas para las que trabajamos. 

Wiggins siguió a un alumno de secundaria y a otro de preparatoria durante un día completo en su escuela y encontró tres lecciones muy valiosas:

1. Los alumnos pasan sentados la mayor parte del tiempo. Puede parecer una nimiedad, pero en una jornada de ocho horas de clase, los chicos pasan sentados siete de ellas (o más). Sobra decir que en la mayoría de los casos son obligados a ello. 

2. Los alumnos escuchan pasivamente el 90% del tiempo de clase. Hay muchas iniciativas de innovación en las escuelas que conozco; pero la mayoría de ellas se encuentran en etapas iniciales o están mal enfocadas, lo que significa que los profesores seguimos impartiendo clases al viejo estilo: dictando cátedra y predicando nuestras verdades a un público sobreestimulado al que nosotros, paradójicamente, cortamos esos estímulos cada vez que entran a nuestra aula. 

3. Los alumnos pasan buena parte del tiempo sintiendo que son una molestia. "Guarde silencio, apague su celular, ponga atención, deje de molestar a su compañero/a, tome nota, le he dicho que guarde silencio, no, no le enviaré la presentación por correo, siéntese..." No importa con cuán buenas intenciones digamos lo anterior: repetido durante ocho horas resulta extenuante y, sobre todo, genera la sensación de que los alumnos son básicamente un estorbo en el salón. 

Más allá de buscar la cuadratura del círculo con metodologías de vanguardia, deberíamos también atender estos asuntos tan elementales en nuestras clases. Porque los tres puntos anteriores se refieren al tiempo que los alumnos pasan en la escuela. Fuera de ella se enfrentan al reto de organizar su tiempo de tal suerte que les alcance para cumplir las tareas que sus seis o siete profesores les asignamos. Muchos de nosotros, claro, sin pensar en los otros cinco o seis colegas que también se pusieron "creativos" y "retadores" al momento de mandarlos al cine, a un museo, a producir un cortometraje, preparar una presentación, leer un libro, montar una maqueta y estudiar para algún examen... todo para la próxima semana. Y calladitos y de buen modo, por favor. Y si no tienen tiempo para los amigos, la novia y el gimnasio, lo siento mucho: porque la escuela es primero y es su única responsabilidad... Lo cierto es que es un discurso hipócrita, porque ninguno de nosotros permite que el trabajo lo absorba de tal forma que no quede tiempo para la familia, los amigos, o algún hobby. Si en nosotros no lo toleramos (o al menos no deberíamos hacerlo), ¿por qué a ellos los obligamos a vivir así? 

A unas horas de iniciar un nuevo semestre, mi propósito es cambiar el estado de cosas de los tres puntos señalados por Wiggins: deseo mover a mis alumnos (física e intelectualmente), diseñar mis clases para permitirme escucharlos más y hacerles saber que mi trabajo con ellos, por muy demandante que pueda resultar a veces, es sobre todo un gusto y una decisión consciente y cotidiana. Al tiempo.